Con esta práctica aprendida y olvidada, el cuerpo del recolector de plumas se presenta desprovisto de máscara, de simulacro, de estereotipos, de traumas…, es un cuerpo “blanco” (color que, por otra parte, está muy presente en todo el trabajo) que apela en silencio a lo que ya no sabemos hacer ni individualmente ni como sociedad: parar, observar, escuchar, ver con los ojos y con el corazón, pensar, ser libres.
La quietud de las acciones del recolector, su duración (de hasta 9 horas), sus silencios y a veces su aparente inacción nos recuerdan el concepto de “acto de inmobilidad” de la antropóloga Nadia Seremetakis. Según la autora, estos actos de suspensión del flujo histórico hacen que “todo aquello enterrado, descartado y olvidado emerja a la superficie de la conciencia como si se tratara de oxígeno, imprescindible para la vida. Es el momento en que se escapa del polvo de la historia”4.
Este escapar del “polvo de la historia” no es sólo una bella metáfora, sino que también es una proyección literal. Nuestros cuerpos son como “cárceles” que han asimilado históricamente miles de movimientos cotidianos, pasos determinados y comportamientos unformizados, aprendidos y sedimentados en nuestras articulaciones, físicas y mentales. “El Recolector de Plumas” nos pone en alerta frente esas fuerzas históricas que han calado en nuestros cuerpos para que, desde un nuevo “cuerpo-nido”, retomemos el vuelo.
En las acciones de Ana Matey resuena el deseo de reivindicar lo corporal como forma de sentir y pensar el mundo, un deseo compartido con los primeros performers del último tercio del siglo XX que reaccionaron violentamente contra el cuerpo reprimido por la modernidad. Si bien aquéllos primeros artistas del cuerpo se expresaron a través de acciones físicamente dolorosas y experiencias límite, propias de unos tiempos de rebelión y de un cambio de paradigma (del cuerpo como “contenido” al cuerpo como lienzo, pincel, marco y plataforma5), en Ana Matey encontramos acciones de resistencia pausadas, no exentas de ironía, silenciosas, poéticas, sin excesos, que sitúan el cuerpo en un estado que podríamos definir como de meditación.
Comentarios
Miguel dice:
Muy buen número, me encanta